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martes, 4 de julio de 2017

Un Sueño con 4 Patas Cap. 6



CAPÍTULO 6

“POCO A POCO, MONTONCITO EN EL RECODO”



El lunes colorearon las casillas que ya tenían, noventa y cinco. Daniel nunca había tenido tanto dinero en la hucha. Calcularon lo que les faltaba. Ciento cincuenta y cinco euros. Aún tenían mucho tiempo, pero Daniel estaba bastante preocupado, Pol le había hecho otra división y le había dicho que con lo que tenían, si querían reunir el dinero necesitaban ganar veinticuatro euros cada semana. Con lo que ganaba en casa y limpiando el jardín de la señora Amalia sólo conseguía cinco euros, necesitaba conseguir al menos otros cinco. Julia le propuso otra idea de esas que sólo se les ocurren a las hijas de los bibliotecarios.
-Podríamos hacer puntos de libro y venderlos, a un euro.
-¿A quién se los vendemos?
-A los padres del cole, en el parque. Los hacemos de cartulina con dibujos bien chulos.
La idea era buena, esta vez Daniel fue a casa de Julia y se pasaron lo que les quedó de tarde, tras hacer los deberes, decorando cartulinas. La madre de Julia las cortó con la guillotina y quedaron muy bien. La venta no fue como esperaban, sólo vendieron tres de las veinte que habían hecho. Esa semana pudieron reunir trece euros.
Aquel fin de semana los padres de Daniel se iban de escapada así que él se quedaba con la tía Lola. Inesperadamente se presentó la tía Noemí, traía una caja llena de material para manualidades, se la había regalado una de las clientas a las que hacía la manicura, que la había heredado de su abuela, que tenía una tienda de manualidades. Como no sabía qué hacer con ella se la regaló a Daniel.
Lo que más había eran bolsas de abalorios de todos los colores. Daniel pensó que tal vez podía hacer collares y pulseras y venderlas, seguro que era mejor que los puntos de libros. Como él no sabía hacer collares le pidió ayuda a la tía Lola.
-No sé si me acordaré de cómo se hacen, recuerdo que tenía un pequeño telar indio y tal vez guarde algún libro, pero hacer pulseras no es fácil, se necesita mucha paciencia.
-Puedo probar, si no me sale pues ya pensaré otra cosa.
Efectivamente, Daniel no tenía mucha maña en hacer aquello y Julia tampoco, así que los abalorios se quedaron en la caja. La señora Amalia les preparó un pastel de chocolate, cuando Daniel le dijo que no podía comerlo porque estaba hecho con harina de trigo y él era celíaco y no podía comer harina de trigo, la señora le propuso que lo vendiera por trozos en el colegio.
Al día siguiente vendieron cada trozo por un euro y antes de que acabase el recreo habían ganado diez euros.
-Si la señora Amalia te regalase un pastel cada semana tardaríamos muy poco en conseguir lo que nos falta –comentó Julia.
-A lo mejor lo podríamos hacer nosotros.
-Mi madre no creo que me deje utilizar el horno y no sé hacer pasteles.
-¿Y si miras algún libro?
-Mi padre dice que a cocinar bien no se aprende en ningún libro, a mejorar tus recetas sí, pero que si no tienes el don de la cuchara por mucho que leas no lo tendrás.
El recreo se terminó y volvieron a clase. Aquella tarde nadie se quedó en el parque porque se puso a llover.
El frío era cada vez más intenso y a Daniel se le quedaban las manos heladas cuando quitaba las malas hierbas, ahora crecían muy poco y esto lo preocupó, sin hierbas que arrancar se quedaría sin trabajo. Ya comenzaba a estar un poco cansado de pensar siempre maneras de ganar dinero y una sensación como de tristeza comenzó a rondarle por el corazón y con esta sensación las dudas. ¿Podría conseguir el dinero? ¿Valía la pena tanto esfuerzo? ¿Era normal en un niño de su edad trabajar de ese modo?
Al día siguiente la señora Amalia les esperaba en el portal, se lo quedó mirando un momento
-¿Algo va mal? Tienes cara de pena.
-No, sólo estoy un poco cansado.
-Bueno, pues pensaba pedirte un favor, pero si estás cansado lo dejaré para otro día.
-No se preocupe, ¿Qué es?
-Pues si me acompañabas a casa de una amiga, hay que ir en metro y me da un poco de susto, además me hago un lío con los billetes, pero como tú eres tan espabilado.
-Tengo que hacer los deberes.
-Pues si cuando acabes los deberes no es muy tarde y tu madre te deja, baja a avisarme.
-Si los acaba pronto puede ir –dijo su madre que bajaba a la calle en aquel momento.

Daniel hizo los deberes en un plim, por suerte eran muy pocos, y bajó a buscar a la vecina. La ayudó con la máquina de los billetes y la llevó a los ascensores, para que no tuviera que bajar las escaleras.

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