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jueves, 15 de junio de 2017

Un Sueño con 4 Patas Cap. 5

CAPÍTULO 5



“A QUIEN MADRUGA, DIOS LE AYUDA”



La mañana del primer domingo de noviembre era nublada y hacía frío. Mirar por la ventana fue lo primero que hizo Daniel nada más levantarse; si llovía la gente no saldría de casa y él necesitaba mucha gente para vender todo lo que habían reunido Julia y él. Miró las nubes grises y sin saber porqué les pidió por favor que no llovieran, que no llovieran hasta que hubiera vendido todo lo que tenían.
Recogieron a Julia en su casa y llegaron al parque casi de los primeros, montaron el puesto utilizando la mesa plegable de camping de los padres de Julia. La cubrieron con una tela de colores y Daniel comenzó a amontonar cosas encima. Su madre les fue dejando las cajas y luego, bien envuelta en una manta, se sentó en una silla plegable a leer.
Hacia las doce el tiempo seguía más o menos igual, pero al no llover la gente se decidió a salir y el parque se fue llenando de posibles compradores. Las personas pasaban por delante del puesto de Daniel y Julia, pero no les compraban nada. Daniel empezó a desanimarse.
-Esto no sirve, nadie compra nada.
-Pues la vez que yo vine vendí todos los libros.
-A lo mejor a la gente de aquí sólo le interesan los libros.
-Susana, la vecina del tercero, también vendió casi todo lo que trajo.
-¿Y qué tenía?
-Pues juguetes usados, ropa, collares y cosas de chicas mayores. ¡Mira es ella! ¡Susana, Susana! – Julia salió corriendo del puesto tras una chica bastante mayor. Al momento la traía de la mano-. Este es Daniel, necesitamos vender todo esto porque estamos ahorrando para comprar un caballo.
-¿De verdad? Pues tal como tenéis el género no creo que nadie os compre.
-¿El género? –preguntó Daniel confundido.
-Se llama género a las cosas que tenéis para vender, veo que tenéis muchas cosas, pero están muy mal puestas, a la gente le gusta comprar en tiendas dónde todo esté bien arreglado. En vez de tener todo junto haced grupos de cosas que se parezcan, los libros en un lado, juguetes de madera en otro, los coches ponedlos todos en una caja y sobre todo tendríais que marcar el precio -la chica miró divertida las caras de preocupación de Daniel y Julia- la verdad es que hoy había quedado con una amiga y me ha dado plantón, he venido por no quedarme en casa así que si queréis os ayudo a montar la tienda.
-¡Sí, sí, por favor! –respondieron los niños a la vez.
-Pero tendréis que hacer todo lo que os diga e invitarme a un refresco.
-¡Vale!
Susana les dijo que dibujaran en un cartón grande un caballo y al lado un termómetro enorme. Les hizo recortar pequeñas cartulinas para poner los precios. Ordenaron las cosas de manera que todo les quedó muy vistoso.
-Ahora uno tiene que ponerse delante del puesto y con una bonita sonrisa decir a la gente que os compre, que el dinero que recojáis es para ayudar a un caballo. El otro se queda al lado del cartel y cada vez que alguien compre algo les dais las gracias muy alto, y coloreáis un trocito del termómetro.
-Yo me pido colorear –dijo Julia.
-¿Lo de decirle a la gente que compre es como lo que hacían antes en los circos?-preguntó Daniel.
-Sí exactamente, pero en vez de “pasen y vean”, di “compren, compren, es por una buena causa”. Como sois niños a la gente le hará gracia.
La madre de Daniel se acercó a mirar el puesto y al ver los precios se quedó pasmada, cogió uno de los jarrones de porcelana que había llevado.
-¿Vais a vender esto por tres euros? ¡Si costaron cuarenta! Y están nuevos, no han salido de la caja.
-Ya, pero hoy en día nadie quiere cosas de porcelana, si queremos venderlos han de ser auténticas gangas –replicó Susana.
-Y el caballo de madera costó setenta, ¿Lo vas a vender por cinco euros?-le preguntó a su hijo.
-Mamá, que es para bebés. -Daniel miró a su madre de manera suplicante.
-Supongo que es mejor venderlo que volver a meterlo todo en el trastero- dijo resignada.
La madre se sentó en la silla y volvió a leer. Julia se puso al lado del cartel y Daniel empezó a canturrear el “compren, compren”. Al principio le daba mucha vergüenza pero cuando la gente empezó a acercarse se le pasó y cantó cada vez más alto. Para su sorpresa el efecto surtió de inmediato.
La gente se acercaba al puesto y cuando Daniel les explicaba para qué reunían el dinero muchos les compraron alguna cosa por simpatía. Un grupo de abuelas no dejaron escapar la ganga de los jarrones. El caballo también encontró pronto comprador y hacia las tres de la tarde lo habían vendido casi todo.

Susana les felicitó por su éxito y volvió a su casa. Antes de que oscureciera se pusieron a recoger lo que les quedaba, no les hizo falta más que una caja. Ese día habían conseguido cincuenta euros. 

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